sábado, 10 de octubre de 2009

La Masonería y Andalucía

LA MASONERÍA Y ANDALUCÍA

Desde el siglo XIX la Masonería y los masones han desempeñado un papel de no escasa relevancia en la Historia de España. Lejos de ser una “secta” al servicio de oscuros “Poderes Secretos”, como las calificó el absolutismo primero y el franquismo después, las Logias masónicas fueron verdaderas escuelas de formación de ciudadanos, discretos espacios de libertad donde fue germinando y desarrollándose una peculiar forma de sociabilidad y fraternidad, basada en la defensa del librepensamiento, del laicismo y de lo que hoy llamaríamos los valores humanitarios, progresistas, modernizadores y democráticos.

En este proceso Andalucía ocupó una posición de liderazgo que nadie hoy sería capaz de discutir seriamente. Y es que en ningún lugar como entre nosotros llegó a alcanzar esta Institución un grado de arraigo similar, hasta el punto de que en el último tercio del siglo XIX, entre la Gloriosa Revolución de 1868 y el Desastre del 98, en las provincias andaluzas llegaron a establecerse unos 425 organismos masónicos de distinto tipo. Y entre comienzos del siglo XX y la guerra civil de 1936, en nuestra tierra florecieron otros 160 Talleres (Logias, Triángulos y Capítulos), fundados también por miembros de la Orden del “Gran Arquitecto del Universo”. Estas cifras, en términos comparativos, vienen a indicarnos que Andalucía por si sola cobijó casi el 40% de todos los organismos masónicos fundados en lo que hoy es España entre finales del XIX y el primer tercio del siglo XX.

Una Masonería la andaluza extendida por las capitales y las principales ciudades, pero cuya presencia puede constatarse también en infinidad de pueblos pequeños, situados tanto en el interior como en las zonas costeras. En la provincia de Almería, por ejemplo, hubo Logias masónicas en localidades como Alhama, Garrucha, Vera, Adra, Serón, Cuevas, Níjar, Tíjola, Huércal Overa, Gergal, Dalias o Lubrin, aparte de la docena larga de Talleres que llegaron a funcionar en la propia capital.

En estos cientos de Logias fueron iniciados y desarrollaron su actividad como masones como mínimo unos 15.000 andaluces y unas pocas andaluzas. Personas, por lo general, perteneciente a los estratos populares, a la baja clase media y a las capas más ilustradas y dinámicas de la sociedad andaluza. Muchos, por propia coherencia ideológica, eran republicanos, socialistas o integrantes de las organizaciones obreras, y en la coyuntura de la Segunda República –no por ser masones, sino por el voto de sus conciudadanos– bastantes de ellos accedieron a importantes parcelas de poder, siendo elegidos alcaldes, concejales o diputados, nutriendo con su presencia las instituciones de la nueva España democrática.

No es tan extraño pues que a partir de julio de 1936 los masones se convirtieran en objetivo predilecto de la caza y de la feroz represión desencadenada por Franco y sus seguidores, quienes –al igual que otros totalitarismos afines– necesitaban un chivo expiatorio a quien culpar de todos los males y desgracias de España. Fusilados unos, condenados al exilio otros, y la mayoría procesados y encarcelados por orden de un siniestro Tribunal creado ex-profeso, la antaño pujante y floreciente Masonería andaluza y española fue literalmente masacrada en 1939, tal y como predijo el ex-Gran Maestre del GOE, el sevillano Martínez Barrio: “Donde la rebelión pone su planta, queda una sola planta en pie: la suya. Y en lugar preeminente de su odio figuramos los masones, bestias execrables a las que exterminan con regocijo…”

Setenta años después de aquellos acontecimientos se reúne en Almería, bajo la dirección del profesor Fernando Martínez, un Congreso Internacional de expertos, dedicado a analizar la historia de la represión y del exilio al que se vieron abocados miles de españoles y andaluces por el terrible “delito” de pertenecer a una Institución como la Masonería, honrada y respetada en todos los países civilizados del mundo. Ojala que algún día nuestros políticos y todos los partidos democráticos lleguen a mostrar el mismo interés que los historiadores por esclarecer definitivamente esas negras páginas de nuestra historia, y por intentar reparar, siquiera moralmente, las injusticias cometidas en el pasado.

Leandro Álvarez Rey

Catedrático de Historia Contemporánea

Universidad de Sevilla

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