domingo, 25 de marzo de 2007

INICIACIÓN Y ÉTICA

Cualquiera que sea la sensibilidad y perspectiva personal que nos lleve a practicar la vía iniciática de la Masonería, esta nos conducirá indefectiblemente a autodeterminarnos en términos éticos.
El estar en el mundo nos hace cargar a cuestas con nuestra irreversible facticidad, de la que podemos ser más o menos conscientes, pero de la que no podemos dimitir, como quiso hacer Atlas cuando convenciera a Hércules para que le sostuviera la Bóveda Celeste mientras él, personalmente, le traería las codiciadas manzanas de oro de sus sobrinas, las Hespérides.
No es con la ilusión, el engaño, la insidia, como conseguiremos los frutos del bien; sobre todo porque ese bien que buscamos se identifica con nuestra más profunda naturaleza, es decir, con nuestro ser. Si accedemos a la REALIDAD desde nuestro SER, no podemos instalarnos en este desde la mentira, el maya o la falsedad. Es un contrasentido pretender practicar un camino iniciático que nos conduce hacia nuestra realización ignorando las exigencias éticas que conlleva este camino que, por otra parte, nadie nos obliga a recorrer. De lo contrario, los frutos conseguidos sólo tendrán la apariencia, el oropel, y no el verdadero oro, fruto del correcto trabajo, y nos van a durar lo que al pobre Atlas le duraron sus manzanas.
Es evidente, si queremos legitimar nuestro método, que este requisito ético sea tanto más exigible cuanto más se avance en el camino o cuan mayor sea el número de personas que puedan verse afectadas por nuestros actos, en función de las responsabilidades asumidas. Debería pues ser este el criterio primordial, sin que deba ser el único, que determine el progreso en la vía.
Yo creo que, hasta aquí, todos estaremos de acuerdo con lo dicho. El problema surge cuando hay que ponerle el cascabel al gato ¿Quién determina el grado de mérito desde unos criterios tan subjetivos? ¿Quién reconoce el mérito si previamente, él mismo no lo tiene? O, por el contrario ¿acaso no todos (las personas de “buenas costumbres”) somos capaces de percibir y evaluar la belleza, la bondad, la verdad, desde nuestra mediocridad? ¿Acaso no sería yo misma víctima de mis propias exigencias éticas y, sin embargo, soy capaz de pronunciarme sobre ellas?
Recurramos nuevamente a nuestro sabio método. Este nos dice que el Maestro Masón debe situarse siempre entre el Compás y la Escuadra. Busquemos siempre la síntesis de las perspectivas.
Ascensión Tejerina

sábado, 24 de marzo de 2007

LOS ARQUITECTOS DE LA REPÚBLICA

La historia de la masonería española es una historia salpicada por la polémica y deteriorada por el tratamiento partidista que le han dado sus enemigos y apologistas. Este estudio trata de ubicar la masonería en el lugar que le corresponde en la historia de los españoles del primer tercio del siglo XX, es decir, en el de una sociedad que sintió la doble necesidad de luchar por la ciudadanía política y la justicia social, y de participar en las mejoras educativas y culturales. Se buscaba, en definitiva, construir una sociedad en la que el bien común fuera un principio político. Y fue así cómo los masones se convirtieron en los arquitectos de una idea que se quiso dentro de la República y en contra de la monarquía alfonsina. A lo largo de este período, con sus crisis y rupturas, la sociedad de los masones había intentado ampliar su espacio natural, atraer tanto a republicanos como a socialistas, reelaborando toda una cultura republicana y convirtiéndose en refugio de opositores a la dictadura de Primo de Rivera. Cuando llegó la República en 1931, estos arquitectos pasaron a servirla. La idea de su República se materializó y la masonería pudo vivir y padecer las carencias y los fracasos de aquel Estado. Como es sabido, su identificación, tanto moral como política, acabó por costarle un alto precio, puesto que fueron los masones las primeras víctimas de la represión de los sublevados en julio de 1936.