Feliz aquel que puede coger su mochila y viajar para visitar paisajes nuevos y conocer climas más clementes, con la seguridad de que siempre podrá volver a casa. A lo largo de sus recorridos, puede ocurrir que se afinque en un país que le haya deslumbrado: África del Sur, Sur de Francia, Andalucía.
La mayoría de las veces, uno no se desplaza a otro país por curiosidad y placer sino por necesidad de sobrevivir: ya no queda ni agua en el manantial, ni trigo en la reserva. Y se va, sin posibilidad de volver.
Todos los pueblos que hayan experimentado la destrucción sea por dictadura, guerra o cataclismo natural entienden aquella enrancia del pobre, despojado, sin recursos, ni papeles. Para ellos, como para los nómadas, el sentido etimológico de la palabra: hospitalidad, hospital, hospicio, cobra la fuerza de la necesidad de acoger al otro con benevolencia para alojarlo y nutrirlo gratuitamente a fin de que recupere fuerzas. Siempre fue así, desde tiempos remotos hasta hace poco tiempo.
Mi madre me contó que durante la guerra y después del retiro de las tropas alemanas de Bélgica, multitud de personas huían las ciudades y erraban en los pueblos, buscando trabajo y asilo. En las granjas, seguían teniendo leche, harina y mantequilla y se acogía al nómada con café y gofres. No se le pedía nada, ni se le preguntaba NADA. Simplemente, se le indicaba que se podía sentar y se le ofrecía todo lo que necesitaba para recuperar fuerzas.
Hoy en día, sólo pasan por el pueblo grupos de parisinos de la tercera edad haciendo senderismo. Llegan sedientos, preguntado a mi madre si existe algún bar en la aldea y frente a la decepción provocada por su respuesta negativa, mi madre sigue ofreciendo esta tradicional hospitalidad al viajero extranjero: café y gofres en la cálida cocina donde ronronea la estufa.
Los tiempos han cambiado pero mi madre no olvida. Entretanto, el Estado belga aparca los emigrantes sin papeles en centros cerrados, a la espera de su expedición de vuelta a su país de origen.
A su llegada, se insta al emigrante nombrarse: ¿Por qué viene por aquí? ¿Qué pretende hacer en estas tierras?
A la Hospitalidad naturalmente muda, que se abre y borra discretamente su presencia para dejar al huésped respirar plenamente en un sitio que se le ofrece como siendo su propia casa, se sustituyen las leyes relativas a la emigración, promulgadas por el Estado, que controlan el desplazamiento de las poblaciones y emiten un estricto sistema de selección del extranjero para su admisión en el país. Paradoja entre la hospitalidad justa, espontánea del ciudadano del mundo y el poder que restringe la hospitalidad en nombre de la ley de la sangre y del territorio.
A su llegada, se le insta al extranjero deletrear su nombre. Tiene que pedir la hospitalidad en una lengua que no es la suya. Es la primera violencia. El extranjero es extranjero a través de su lengua, distinta, y de la cultura que esta lengua vehicula.
Si su demanda está aceptada, ya no podrá hablarla. Es la segunda violencia. Guarda su lengua en un jardín secreto y, a través de ella, su cultura, las imágenes de su país de origen. La lengua es su único equipaje, su único bien y se la tiene que tragar.
Se le pide adaptarse pero se encontrará siempre en desfase, siempre un poquito atrás, en desequilibrio con la cultura de acogida. Se siente diferente y difícilmente, se sentirá del todo adoptado en estos nuevos horizontes. Lo que más le falta en este momento, es comprensión y amor.
Por esta razón buscará sus semejantes, emigrados en estas mismas condiciones. Es el movimiento natural del emigrado: buscar los suyos. Y se sentirá en casa en aquel club de fútbol italiano del barrio de Lieja, en aquel bar a tapas del barrio de la estación « du midi » en Bruselas. Le ayudarán, más que cualquier autóctono, a orientarse en aquella nueva cultura y a encontrar trabajo. Para siempre entenderá el valor de la hospitalidad muda que ofrece una cama y una cena.
Llegará el momento en el cual, el extranjero se atreverá, a su vez, a formular su pregunta. Y cuestionando, perturba porque precisamente cuestiona, pone en duda. Su pregunta es un factor de cambio. Por lo tanto da miedo, aparece como una amenaza. ¿Llevará una revolución? Trae consigo parámetros distintos, otros criterios de elección, otras libertades. Aparece como la contestación de las costumbres, de la autoridad, del orden establecido.
Recordemos en Francia las fecundas intervenciones en las instituciones literarias y artísticas de Guillaume Apollinaire, Picasso, Tristan Tzara, Piet Mondrian, Isidore Isou, Samuel Beckett, Eugène Ionesco, etc., todos extranjeros. No fue por casualidad. Las provocaciones de las vanguardias se asimilan a largo plazo, pero sí, acaban siendo asimiladas por la cultura ambiente.
¿Y a nivel político? Difícilmente lo harán porque no dejan de ser extranjeros a la polis. No han nacido en aquel territorio, no comparten la misma sangre. Tendrán que tragarse su pregunta. Pero sus hijos sí lo harán por ellos. Y, obrando con la mayor discreción, llevarán su pequeña revolución subterránea, trabajando –en el marco de la democracia- para que todas las comunidades de distintas orígenes se sientan UNA en aquel país de acogida. Pienso a nuestro Ministro-Presidente del Gobierno valón, Presidente también del Partido Socialista en Bélgica : Elio Di Rupo, de padres italianos. Pienso a nuestra Ministra de Cultura : Fadila Laanan, cuyos padres son marroquíes[1]. Al decírselo a un conferenciante marroquí, en Cádiz, me contestó: « Ahora entiendo las subvenciones importantes que recibimos por parte de Bélgica cuando vivimos una catástrofe en Marruecos ». Los hijos de los emigrados no olvidan su comunidad de origen pero se sienten ya más de aquí que de allá.
Entretanto, los padres experimentan una doble pertenencia, una doble ausencia. A la vez aquí y allá. Me quedo sorprendida de la cantidad de callshop llevadas por los indios, los Magrebíes, los Africanos, en Lieja y Bruselas. Tienen que llamar a su país, necesitan quedarse en contacto. Mandan dinero. La diferencia de poder adquisitivo entre aquí y allá es la razón de su estancia, de este largo viaje. Por lo menos, son más útiles aquí para su familia, que allá en la pobreza y la ausencia de trabajo. Sus hijas y sus hijos siempre tendrán aquí más posibilidades de estudiar y de convertirse en personas autónomas, libres.
Pero estos padres no querrán morir aquí. Habrá que enterrarlos en su tierra de origen, en el pueblo, al lado de la mezquita o de la iglesia, con los ancestros. Es su última voluntad. No son de esta tierra, no les gustan la forma de estos cementerios y de estas tumbas. En aquel plan, son intransigentes.
Me acuerdo de esta comunidad de italianos en Lieja que comentaba que al padre muerto, lo tuvieron que enterrar en Sicilia porque así lo quería. Un viaje complicado, con muchos papeles que rellenar. Y luego, pasaron los años. Los de Lieja ya no iban a Sicilia. Así que al padre, se lo trajeron de vuelta para enterrarlo de nuevo en Lieja. Así por lo menos, los hijos lo tenían a su lado.
Estas dos nostalgias del extranjero, la de su lengua y la de su muerte, las entiendo. Entiendo la violencia de la pregunta, de la adaptación, el desfase, la presencia doblada de ausencia.
Lo que me ayudó a anclarme en esta nueva tierra, es la masonería: enseguida me dio lo que más necesitaba: confianza y amor. Si nuestra Orden no ahorra la violencia de las preguntas preliminares, por lo menos, al dejarle el paso, proporciona enseguida al viajero una justa hospitalidad, le ofrece una cultura universal. Nunca más, en ningún país del mundo, se sentirá desfasado. Me siento en casa y con mi familia en mi logia de Sevilla y cuando visito a mis hermanos de Bélgica.
¿Por qué sigo queriendo estar enterrada en mi pueblo del Norte? ¿Será su tierra más húmeda, más maternal?
Martine
25 de enero 6007
[1] La lista es más larga : Maria Arena, actual Ministra-Presidente del Gobierno de la Comunidad Francesa de Bélgica, también de padres italianos ; Emir Kir, Secretario de Estado para la Región de Bruselas, de padres turcos, etc. En total en las asambleas políticas en Bélgica, 32 responsables (entre Diputados, Senadores y Parlamentarios) proceden de la emigración, sin contar los numerosos concejales que actúan a nivel municipal.
1 comentario:
Para profundizar en el tema de la hospitalidad, os recomiendo las lecturas que inspiraron este texto :
"Anne Dufourmantelle invite Jacques Derrida à répondre de l'hospitalité", Paris, Calmann-Lévy, 2005.
René Schérer, "Zeus hospitalier. Éloge de l'hospitalité", Paris, La Table ronde, 2005 (Armand Colin, 1993).
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