Optimismo y postmodernidad. Reflexiones en torno a la plancha titulada "Las logias del siglo XXI" de Valentín Díaz
José Carlos Carmona
Permitidme establecer por medio de esta plancha un diálogo con el texto que recibimos el pasado mes de marzo del Hermano Valentín Díaz a propósito de la obra de Daniel Beresniak, que fuera, maestro masón del Gran Oriente de Francia. Me pareció un texto tan importante y que trataba temas tan actuales que decidí que ese texto se merecía algo más que un comentario elogioso en un correo electrónico apresurado. Estaba leyendo por entonces un ensayo sobre el nihilismo en las sociedades contemporáneas escrito por José Luis González Faus y comprendí que debía intentar poner a dialogar ambas reflexionestamizadas por mi propia visión. El trabajo con todo este material, pensé entonces, me exigiría a mí mismo más si decidía traerlo a esta cámara y leerlo ante vosotros como hoy por fin hago. Venero este espacio de comunicación y os animo a que nunca dejemos de trabajar para él. Muchos de vuestros comentarios en la red me parecen siempre magníficos principios para temas a debatir en esta cámara, que luego se quedan en apuntes que el tiempo desinfla. Enriquecernos a nosotros, vuestros hermanos, con vuestra reflexión trabajada. Yo hoy os ofrezco la mía con el deseo de que os sea útil y acreciente vuestro conocimiento y juicio.
Lipovetsky denomina a este periodo La era del vacío, un vacío que se nos hace soportable mediante nuestra entrega a lo efímero, a la sociedad del hiperconsumo. Y Hannah Arendt da la voz de alarma de la pérdida de referentes éticos en su libro La banalidad del mal cuando nos avisa de que pueden estar uniéndose la irreflexión con la maldad. También se hace eco de esto Jonathan Littell cuando en su obra Las benévolas nos cuenta la posibilidad de asesinar sin remordimiento, con total naturalidad, como el que da la mano. Visión desnaturalizada que por otra parte yavenían ofreciendo (con una distribución masiva en el mundo) las películas de Quentin Tarantino, por ejemplo. Esto recuerda lo que Hannah Arendt decía con respecto a los holocaustos: [y cito] “sucede que tan pronto como un delito hace su primera aparición en la historia, su repetición es más probable que su primera aparición”. Así pues, la banalización del mal facilita, desde este punto de vista, su reproducción escalar. Como decía Nietzsche: “
Como hemos visto, el espacio que se describe, de perplejidad y de falta de referentes éticos tiene que ver con el momento filosófico en el que estamos envueltos.“El espíritu del tiempo que vivimos” —nos dice el Hermano Valentín Díaz— es en su opinión “el de la incertidumbre, la confusión” —hasta aquí estoy de acuerdo, pero luego continúa diciendo:—, la intolerancia, el fanatismo y el miedo que, en definitiva, impregna nuestras sociedades”. Aquí es donde empiezo a disentir del Hermano Valentín Díaz, y es este discurso el que querría cuestionar en su base.
“Vivimos” -continúa citando a Beresniak- una época preñada de amenazas, en el que el desafío más importante es lograr que nuestro planeta pueda seguir siendo habitable, lo que obligará necesariamente a cambios de gran calado. Todo este desconcierto generalizado es caldo de cultivo, como es fácil entender, de toda laya de profetas y oportunistas. Tiempos idóneos para la demagogia y el populismo. […] Corremos el riesgode experimentar una regresión a la barbarie, agravada por los medios técnicos actuales” (Fin de la cita)
Valentín Díaz dice “que la vida es un conflicto permanente”. Nadie lo puede negar. Y así lo ha sido a lo largo de la Historia. Pero este conflicto hoy batalla en un campo con reglas y leyes, con organismos y controles. ¿Qué no son perfectos?, indudablemente. ¿Qué existe corrupción?, posiblemente. Pero que son tiempos cercanos a la vuelta a la barbarie no lo creo (teniendo en cuenta, incluso, la
Bien, es cierto, como dice Mark Horkheimer que “la razón ha resultado que sólo sabe ser universal a la hora de dilucidar cómo se hacen las cosas, pero no a la hora de dilucidar para qué hacerlas y qué cosas hay que hacer”. Pero el argumento anterior a la razón instrumental sólo daba como respuesta un callejón sin salida: se hacían las cosas para alabar a un ser supremo. Hoy, al menos, sabemos que no entendemos el universo ni la razón de nuestra existencia, pero eso nos debe llevar a seguir buscando y a seguir examinando todas las propuestas.
Esto nos sitúa como masones (y como ciudadanos) en un panorama de desconcierto, de acuerdo, pero, como dice Valentín Díaz y en esto estoy con él y él está con la teoría mayormente aceptada: “Las contradicciones son indispensables. Una logia abierta al mañana busca la heterogeneidad y huye de la homogeneidad. Trabaja las preguntas y no recibe respuesta alguna como definitiva.” (Fin de la cita).
“El trabajo del Masón –y sigo con Beresniak– consiste en viajar. Eso quiere decir devenir. La responsabilidad del Masón en la sociedad consiste en combatir, dentro y fuera de él mismo, la tentación de inmovilizar el devenir y que éste sea un eterno presente. Ir a otra parte, más lejos, moverse, buscar, es instaurar el devenir y por lo tanto crear”.
Aceptando estos principios nos situamos en la postmodernidad de pleno. El método actual, contemporáneo, de investigación en lo humano, que podríamos llamar teoría del conocimiento postmoderno o método para conocer o método de acercamiento a la verdad, supone la renuncia a la pretensión de decir la última (y la primera) palabra sobre la realidad; más aún supone renunciar incluso a la pretensión de verdad, dejándola en exclusividad a las ciencias.
Ya decía Popper que las afirmaciones en ciencias humanas son compatibles con cualquier estado de la realidad porque no son falsables. Y esto nos ha llevado, en cierto sentido, a ese estado de perplejidad.
En la teoría del conocimiento de lo humano, según la postmodernidad, el carácter creativo de la teoría es fundamental; aunque en toda teorización, incluso científica, la fantasía tiene un papel fundamental, en la teoría del conocimiento postmoderno este carácter ficticio y creativo es esencial, debido a la lejanía y abstracción respecto de la realidad. Por eso se ha aceptado a los creadores, artistas, poetas, como nuevos analizadores de la realidad en paridad con los pensadores y científicos.
Generalizando lo que dice Maud Mannoni en relación con el psicoanálisis en su libro La teoría como ficción, podemos entender la forma de conocer la realidad y darle respuestas como una ficción, como el producto de un libre ensayo que genera un mito, un mito de los orígenes (del mundo, del yo) y un mito de los fines. Porque a los ámbitos a los que llega la Metafísica nunca podrá llegar la ciencia y sólo el mito puede acceder. Como vemos, desde esta perspectiva, el método masónico cumple con las reglas de creatividad exigidas y le añade su disciplina ritual y simbólica que sirve de sistema metafórico para nuestros acercamientos al sentido.
Este carácter creativo de las teorías para conocer y comprender desde la postmodernidad, sitúa a cualquier método de comprensión de los fenómenos entre la ciencia y la poesía, y más cerca de ésta que de aquella.
Permitidme establecer por medio de esta plancha un diálogo con el texto que recibimos el pasado mes de marzo del Hermano Valentín Díaz a propósito de la obra de Daniel Beresniak, que fuera, maestro masón del Gran Oriente de Francia. Me pareció un texto tan importante y que trataba temas tan actuales que decidí que ese texto se merecía algo más que un comentario elogioso en un correo electrónico apresurado. Estaba leyendo por entonces un ensayo sobre el nihilismo en las sociedades contemporáneas escrito por José Luis González Faus y comprendí que debía intentar poner a dialogar ambas reflexionestamizadas por mi propia visión. El trabajo con todo este material, pensé entonces, me exigiría a mí mismo más si decidía traerlo a esta cámara y leerlo ante vosotros como hoy por fin hago. Venero este espacio de comunicación y os animo a que nunca dejemos de trabajar para él. Muchos de vuestros comentarios en la red me parecen siempre magníficos principios para temas a debatir en esta cámara, que luego se quedan en apuntes que el tiempo desinfla. Enriquecernos a nosotros, vuestros hermanos, con vuestra reflexión trabajada. Yo hoy os ofrezco la mía con el deseo de que os sea útil y acreciente vuestro conocimiento y juicio.
Cuando recibimos la plancha del Hermano Valentín Díaz hubo cierto consenso en cuanto a lo valioso de sus reflexiones, yo también disfruté con su preocupación por el futuro y su dominio de las corrientes actuales del pensamiento, pero hubo algunas ideas con las que disentí y que me parece de interés ofrecéroslas hoy. Me atrevo a expresarlas porque en el propio texto él nos anima a hacerlo: “Creo que los masones” —dice— “no debemos nunca de perder la mirada crítica. Para mí —continúa diciendo— la masonería es, entre otras cosas, un ejercicio permanente de reflexión y crítica sobre uno mismo y lo que nos rodea, y eso incluye, desde luego, a la propia Masonería”. Siguiendo, entonces, su propia propuesta, me permito hacerlo a continuación:
En primer lugar lo positivo: El Hermano Valentín Díaz dice de Beresniak que la suya era una mirada crítica, es decir una mirada —y cito— “que no se conforma, que quiere siempre “ir más lejos” y quiere, desde luego, “unir lo disperso”. “¡Atención!” –dice Beresniak- “no hagas de nuestro discurso una verdad absoluta, y de esta verdad una ortodoxia. Nuestro discurso esclarece. Tiene esa pretensión. Pero no esclarece todo”. Y ahora aporta lo que para mí es más crucial de su discurso: “Para esclarecerlo todo” —dice— “nuestro discurso debe asociarse, a la fuerza, a todos los demás discursos, diferentes e inversos” (Fin de la cita). Beresniak propone un planteamiento optimista que no es usual en la Filosofía del Siglo XX, porque al menos ve
una salida, la de la unificación de los discursos. Pero para otros autores el optimismo esimposible. Definen la situación, pero no aportan respuestas, como sí hace Beresniak. Bauman, por ejemplo, en su obra La Modernidad líquida, nos habla de que la realidad en nuestros tiempos no tiene solidez ni consistencia, es acomodable y moldeable, y por tanto nos aboca a un continuo e irrecuperable cambio de posición
Lipovetsky denomina a este periodo La era del vacío, un vacío que se nos hace soportable mediante nuestra entrega a lo efímero, a la sociedad del hiperconsumo. Y Hannah Arendt da la voz de alarma de la pérdida de referentes éticos en su libro La banalidad del mal cuando nos avisa de que pueden estar uniéndose la irreflexión con la maldad. También se hace eco de esto Jonathan Littell cuando en su obra Las benévolas nos cuenta la posibilidad de asesinar sin remordimiento, con total naturalidad, como el que da la mano. Visión desnaturalizada que por otra parte yavenían ofreciendo (con una distribución masiva en el mundo) las películas de Quentin Tarantino, por ejemplo. Esto recuerda lo que Hannah Arendt decía con respecto a los holocaustos: [y cito] “sucede que tan pronto como un delito hace su primera aparición en la historia, su repetición es más probable que su primera aparición”. Así pues, la banalización del mal facilita, desde este punto de vista, su reproducción escalar. Como decía Nietzsche: “
Da la sensación de que hemos borrado el cielo con una esponja o hemos desprendido a la tierra de la cadena de su sol, y ahora no sabemos si hay un arriba y un abajo”. Contra esta pérdida postmoderna Beresniak propone sabiamente la unificación de los discursos (se consiga esto como fuere posible).
Como hemos visto, el espacio que se describe, de perplejidad y de falta de referentes éticos tiene que ver con el momento filosófico en el que estamos envueltos.“El espíritu del tiempo que vivimos” —nos dice el Hermano Valentín Díaz— es en su opinión “el de la incertidumbre, la confusión” —hasta aquí estoy de acuerdo, pero luego continúa diciendo:—, la intolerancia, el fanatismo y el miedo que, en definitiva, impregna nuestras sociedades”. Aquí es donde empiezo a disentir del Hermano Valentín Díaz, y es este discurso el que querría cuestionar en su base.
“Vivimos” -continúa citando a Beresniak- una época preñada de amenazas, en el que el desafío más importante es lograr que nuestro planeta pueda seguir siendo habitable, lo que obligará necesariamente a cambios de gran calado. Todo este desconcierto generalizado es caldo de cultivo, como es fácil entender, de toda laya de profetas y oportunistas. Tiempos idóneos para la demagogia y el populismo. […] Corremos el riesgode experimentar una regresión a la barbarie, agravada por los medios técnicos actuales” (Fin de la cita)
Opino ante esta relación de desmanes que supuestamente están o han de llegar, que peca de fatalismo. ¿Vivimos en una sociedad con amenazas? Indudablemente, pero más graveparecieron las de la Guerra Fría o, antes, la Edad Media con el desplazamiento masivode tribus orientales al occidente europeo durante siglos. ¿Es esta época de profetas y oportunistas? Haberlos haylos pero la Historia nos cuenta que abundaron mucho más y con mayor poder desquiciante en épocas pretéritas. ¿Hay demagogia y populismo? No dudo de que se intente continuamente, pero sí dudo de que tengan un éxito real. Las opiniones de todos los colores fluyen libremente por el parquéciudadano. ¿Es esta la peor época de la historia? No, sin duda. Quizás en números absolutos hoy pasa hambre más población que nunca, pero en valores relativos estoy seguro de que es el menor número en tantos por cie
nto que ha existido en la historia
Valentín Díaz dice “que la vida es un conflicto permanente”. Nadie lo puede negar. Y así lo ha sido a lo largo de la Historia. Pero este conflicto hoy batalla en un campo con reglas y leyes, con organismos y controles. ¿Qué no son perfectos?, indudablemente. ¿Qué existe corrupción?, posiblemente. Pero que son tiempos cercanos a la vuelta a la barbarie no lo creo (teniendo en cuenta, incluso, la
s desigualdades norte-sur). Y creo que un pensamiento racionalista, creo que nuestra posición como masones no debería de caer en el tremendismo, en el pesimismo ontológico. Porque es, precisamente, la percepción de la postmodernidad, de la dificultad de poner reglas, de establecer parámetros, de apresar la realidad y de establecer verdades contundentes el marco que ya comprendemo
s y que nos hace estar en guardia aunque no sepamos de qué y con qué armas combatirlas. Esa es la sustancial diferencia con épocas anteriores: ahora sabemos que no sabemos; ahora sabemos que no hay respuestas que todo lo resuelven; y cuando la dificultad se acerca (la dificultad de comprender, la dificultad de buscar soluciones) estamos en guardia y proponemos soluciones con la cautela de quien no está seguro; no con el atrevimiento de quien “sabe” la respuesta.
La herramienta de la Modernidad fue y es la razón. Kant destapa el problema (y apunta la solución): La razón —dice— no funciona. Y esto ha de ser juzgado (y si es posible arreglado) por... la razón.
La razón se enreda en contradicciones, dice Kant, y por ello no da con la verdad, por tanto: la metafísica (saber qué es la realidad, juzgar si la razón es un instrumento suficiente para comprender el mundo, saber qué es el mal o cuál sea el sentido de la vida) es imposible como ciencia; y la ciencia de la naturaleza, por lo mismo, no va a poder responder a las cuestiones metafísicas.
Bien, es cierto, como dice Mark Horkheimer que “la razón ha resultado que sólo sabe ser universal a la hora de dilucidar cómo se hacen las cosas, pero no a la hora de dilucidar para qué hacerlas y qué cosas hay que hacer”. Pero el argumento anterior a la razón instrumental sólo daba como respuesta un callejón sin salida: se hacían las cosas para alabar a un ser supremo. Hoy, al menos, sabemos que no entendemos el universo ni la razón de nuestra existencia, pero eso nos debe llevar a seguir buscando y a seguir examinando todas las propuestas.
Esto nos sitúa como masones (y como ciudadanos) en un panorama de desconcierto, de acuerdo, pero, como dice Valentín Díaz y en esto estoy con él y él está con la teoría mayormente aceptada: “Las contradicciones son indispensables. Una logia abierta al mañana busca la heterogeneidad y huye de la homogeneidad. Trabaja las preguntas y no recibe respuesta alguna como definitiva.” (Fin de la cita).
“El trabajo del Masón –y sigo con Beresniak– consiste en viajar. Eso quiere decir devenir. La responsabilidad del Masón en la sociedad consiste en combatir, dentro y fuera de él mismo, la tentación de inmovilizar el devenir y que éste sea un eterno presente. Ir a otra parte, más lejos, moverse, buscar, es instaurar el devenir y por lo tanto crear”.
Aceptando estos principios nos situamos en la postmodernidad de pleno. El método actual, contemporáneo, de investigación en lo humano, que podríamos llamar teoría del conocimiento postmoderno o método para conocer o método de acercamiento a la verdad, supone la renuncia a la pretensión de decir la última (y la primera) palabra sobre la realidad; más aún supone renunciar incluso a la pretensión de verdad, dejándola en exclusividad a las ciencias.
Ya decía Popper que las afirmaciones en ciencias humanas son compatibles con cualquier estado de la realidad porque no son falsables. Y esto nos ha llevado, en cierto sentido, a ese estado de perplejidad.
En la teoría del conocimiento de lo humano, según la postmodernidad, el carácter creativo de la teoría es fundamental; aunque en toda teorización, incluso científica, la fantasía tiene un papel fundamental, en la teoría del conocimiento postmoderno este carácter ficticio y creativo es esencial, debido a la lejanía y abstracción respecto de la realidad. Por eso se ha aceptado a los creadores, artistas, poetas, como nuevos analizadores de la realidad en paridad con los pensadores y científicos.
Generalizando lo que dice Maud Mannoni en relación con el psicoanálisis en su libro La teoría como ficción, podemos entender la forma de conocer la realidad y darle respuestas como una ficción, como el producto de un libre ensayo que genera un mito, un mito de los orígenes (del mundo, del yo) y un mito de los fines. Porque a los ámbitos a los que llega la Metafísica nunca podrá llegar la ciencia y sólo el mito puede acceder. Como vemos, desde esta perspectiva, el método masónico cumple con las reglas de creatividad exigidas y le añade su disciplina ritual y simbólica que sirve de sistema metafórico para nuestros acercamientos al sentido.
Este carácter creativo de las teorías para conocer y comprender desde la postmodernidad, sitúa a cualquier método de comprensión de los fenómenos entre la ciencia y la poesía, y más cerca de ésta que de aquella.
Ya Unamuno defendía que el pensamiento (todo) es un producto de la fantasía, de la cual brota la razón. Los argumentos sería, pues, como fases de una novela que busca su final o su conclusión.
Heidegger dice que pensar es recordar lo que ha de pensarse, como la poesía. O sea, elaboro primero un corpus vivencial que genera historia y cuando pienso en realidad estoy barajand
o las abstracciones de lo vivido; genero, pues, una historia, una poética, que fija un pasado y da crea las vías de un futuro. La poesía no inventa, sólo regurgita lo vivido y convierte estratos inaprehensibles en fijaciones formales que ya son, per se, nuevas, y que a la vez entran en la rueda de lo vivido, alimentando el flujo incesante.
María Zambrano confirma esta postura y considera que el método de conocimiento no es un calcular, sino un poetizar mediante el que se reavivan nuestros recuerdos. Conocemos, pues, nombrando; nombrar es pintar las cosas con palabras, y luego jugamos con las palabras como si fueran realidades y en verdad no son más que propuestas poéticas de realidades. Por eso son intangibles, por eso no tienen consistencia de “verdad”, y por eso nos sumen en una indeterminación preocupante.
La teoría del conocimiento postmoderno es nómada, como ya apuntaba Berezniak, y su método es, indefectiblemente, el hermenéutico. Y aunque utiliza la inducción y la deducción, utiliza sobre todo el método analógico y metafórico (como hacemos nosotros en masonería), en el que el discurso pasa de un elemento a otro, a veces muy lejano y extraño, por medio de metáforas y analogías; este carácter le aproxima al arte y la literatura contemporáneos.
Este método, sin embargo, no es aleatorio, no es relativo, no es nihilista. Es riguroso, aunque sea anexacto. A la estructura sólo se llega mediante un método de aproximaciones sucesivas, por medio de círculos concéntricos o en espiral (como diría Ortega).
Es un método propio de supervivientes más que de herederos, como dice Luis Martín Santos, ya que está obtenido a partir de los restos del naufragio de la modernidad. Es el método posible para hacer metafísica después de Auschwitz e Hirosima, a donde se llegó con la fe ciega en la razón (científica).
Pero es también un método lúdico y lúcido que experimenta cautamente y que parte de la suposición de que no todo está perdido. Es una suposición, pero debe ser imperante, informadora, orientadora, guía. Y es optimista.
Valentín Díaz aporta un elemento más en clave de antiguo cristiano (no por eso equivocado) y que yo comparto. “La búsqueda de la verdad que no está asociada al amor al prójimo —dice— se degrada en curiosidad intelectual banal. Cada uno, buscando sólo su propio enriquecimiento, cierra su espíritu y se estanca en un comportamiento egoísta que le impide tener mayor altura de miras. El que, por el contrario, se siente corresponsable de toda la historia de la humanidad y ama verdaderamente a su prójimo constata rápidamente que florecen sus facultades de percepción”.
“Amar al prójimo no es fácil” —nos dice— “pero si conseguimos vivir entre personas “camino de ser” en lugar de cohabitar entre personas que “son”, dejamos de sufrir por los defectos de los unos y los otros. Vemos en el otro, sobre todo, las promesas y las primicias de un futuro a construir juntos” (fin de la cita).
Así, Valentín Díaz unifica de manera poética la idea de que “nuestro discurso debe asociarse -a la fuerza- a todos los demás discursos, diferentes e inversos” (que defendía Beresniak) con la teoría de amor al prójimo. Como guía firme en un mundo de perplejidades, es una buena conclusión.
He dicho.
José Carlos Carmona
María Zambrano confirma esta postura y considera que el método de conocimiento no es un calcular, sino un poetizar mediante el que se reavivan nuestros recuerdos. Conocemos, pues, nombrando; nombrar es pintar las cosas con palabras, y luego jugamos con las palabras como si fueran realidades y en verdad no son más que propuestas poéticas de realidades. Por eso son intangibles, por eso no tienen consistencia de “verdad”, y por eso nos sumen en una indeterminación preocupante.
La teoría del conocimiento postmoderno es nómada, como ya apuntaba Berezniak, y su método es, indefectiblemente, el hermenéutico. Y aunque utiliza la inducción y la deducción, utiliza sobre todo el método analógico y metafórico (como hacemos nosotros en masonería), en el que el discurso pasa de un elemento a otro, a veces muy lejano y extraño, por medio de metáforas y analogías; este carácter le aproxima al arte y la literatura contemporáneos.
Este método, sin embargo, no es aleatorio, no es relativo, no es nihilista. Es riguroso, aunque sea anexacto. A la estructura sólo se llega mediante un método de aproximaciones sucesivas, por medio de círculos concéntricos o en espiral (como diría Ortega).
Es un método propio de supervivientes más que de herederos, como dice Luis Martín Santos, ya que está obtenido a partir de los restos del naufragio de la modernidad. Es el método posible para hacer metafísica después de Auschwitz e Hirosima, a donde se llegó con la fe ciega en la razón (científica).
Pero es también un método lúdico y lúcido que experimenta cautamente y que parte de la suposición de que no todo está perdido. Es una suposición, pero debe ser imperante, informadora, orientadora, guía. Y es optimista.
Valentín Díaz aporta un elemento más en clave de antiguo cristiano (no por eso equivocado) y que yo comparto. “La búsqueda de la verdad que no está asociada al amor al prójimo —dice— se degrada en curiosidad intelectual banal. Cada uno, buscando sólo su propio enriquecimiento, cierra su espíritu y se estanca en un comportamiento egoísta que le impide tener mayor altura de miras. El que, por el contrario, se siente corresponsable de toda la historia de la humanidad y ama verdaderamente a su prójimo constata rápidamente que florecen sus facultades de percepción”.
“Amar al prójimo no es fácil” —nos dice— “pero si conseguimos vivir entre personas “camino de ser” en lugar de cohabitar entre personas que “son”, dejamos de sufrir por los defectos de los unos y los otros. Vemos en el otro, sobre todo, las promesas y las primicias de un futuro a construir juntos” (fin de la cita).
Así, Valentín Díaz unifica de manera poética la idea de que “nuestro discurso debe asociarse -a la fuerza- a todos los demás discursos, diferentes e inversos” (que defendía Beresniak) con la teoría de amor al prójimo. Como guía firme en un mundo de perplejidades, es una buena conclusión.
He dicho.
José Carlos Carmona
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