Artículo publicado en la revista http://www.masalladelaciencia.es/ nº 217/03/2007
Un folio y medio no da para mucho cuando se quiere hablar de masonería, pero esta limitación viene muy bien para obligarnos a ir a lo esencial y en este caso, lo esencial que quiero resaltar del método masónico es la virtud de la mediación porque me parece la más valiosa de todo el sistema y de una rabiosa necesidad en el mundo que estamos fabricando.
La intensificación de los intercambios de todo tipo y la importancia cada vez mayor de las diferentes redes de comunicación que unen el planeta, así como los grandes movimientos migratorios a los que estamos asistiendo, nos ponen en contacto íntimo con formas de vida y visiones del mundo que antes se encontraban separadas por grandes abismos de incomunicación. De ese contacto, a veces prejuicioso, otras gozoso, casi siempre problemático, pueden surgir malentendidos y conflictos fruto de los diferentes presupuestos sobre los que se asientan unas y otras maneras de entender la vida personal y colectiva. De hecho ya asistimos a varios y diversos conflictos que pueden considerarse en gran medida culturales en los que se pone a prueba el dogma de la irrebasabilidad de estos contextos culturales ¿podremos y sabremos buscar razones universales aceptables por todos más allá de la aparente limitación que impone nuestro horizonte de comprensión tan dependiente de nuestro lenguaje, de nuestro contexto. Para hacer frente a esos conflictos, para prevenirlos en la medida de lo posible y para superarlos cuando se produzcan, es preciso prepararnos moral e intelectualmente.
Desde su configuración inicial en las llamadas Constituciones de Anderson de 1723 la Masonería propone una forma de relación y de reflexión colectiva que pretende hacer de la Logia el Centro de la Unión entre personas de diferentes horizontes religiosos, culturales y sociales que pueden, gracias a la metáfora compartida de la construcción, tratarse fraternalmente, conocerse y, a partir de ese conocimiento efectivo y afectivo, llegar a un conocimiento más profundo de su propio ser, liberado de los prejuicios y apriorismos de las convenciones sociales y culturales. Es decir que la Masonería, desde sus orígenes, intuyó que el ser humano puede franquear esas dificultades de entendimiento y alcanzar acuerdos con el simple concurso de la razón y la honesta voluntad de atenerse a ella.
Pero el método masónico no es ingenuo, sabe muy bien que las diferencias que se convocan en la logia son fuente de problemas y por eso pone todo su acento en la construcción de un espacio y unos protocolos que garanticen la posibilidad de un diálogo fructífero: igualdad para asegurar una equidistancia entre los participantes; razón para asegurar la validez de los argumentos; libertad para asegurar la independencia de la opinión de cada uno libre de toda coacción y buenas costumbres que comprometen a todos a un uso respetuoso y ponderado de la palabra.
El propósito de método masónico no se limita a pactar acuerdos sin más; requiere además comprender al otro, comprender su situación y sus razones, de la misma forma que deseamos que los otros nos comprendan, porque no basta con llegar a convenios satisfactorios para cada una de las partes sino que tenemos que involucrarnos en los problemas del otro ya que también son los nuestros.
A partir de esa metodología que definiríamos en términos generales como hermenéutico-dialógica, podemos encontrar una fórmula válida para ver formas de conciliación cultural practicables en aquellos diferentes contextos en que una mediación está indicada.
En un mundo que corre hacia una globalización brutal, donde la multi-culturalidad será probablemente uno de los factores que más transforme el tono de nuestra vida cotidiana, pienso que la capacidad mediadora que subyace en el método masónico cobra una especial vigencia que no podemos permitirnos desdeñar en un escenario tan explosivo como el que estamos viviendo, en el cual, si la masonería pretende mantener su vocación universalista es evidente que tendrá que seguir trabajando en pos de la instauración de valores transculturales que todos los protagonistas puedan aceptar de partida, y esto deberá pasar obligatoriamente por un ejercicio de mediación cultural que lleve implícito la revisión de nuestras creencias más profundas y de nuestros apriorismos más ocultos.
Un folio y medio no da para mucho cuando se quiere hablar de masonería, pero esta limitación viene muy bien para obligarnos a ir a lo esencial y en este caso, lo esencial que quiero resaltar del método masónico es la virtud de la mediación porque me parece la más valiosa de todo el sistema y de una rabiosa necesidad en el mundo que estamos fabricando.
La intensificación de los intercambios de todo tipo y la importancia cada vez mayor de las diferentes redes de comunicación que unen el planeta, así como los grandes movimientos migratorios a los que estamos asistiendo, nos ponen en contacto íntimo con formas de vida y visiones del mundo que antes se encontraban separadas por grandes abismos de incomunicación. De ese contacto, a veces prejuicioso, otras gozoso, casi siempre problemático, pueden surgir malentendidos y conflictos fruto de los diferentes presupuestos sobre los que se asientan unas y otras maneras de entender la vida personal y colectiva. De hecho ya asistimos a varios y diversos conflictos que pueden considerarse en gran medida culturales en los que se pone a prueba el dogma de la irrebasabilidad de estos contextos culturales ¿podremos y sabremos buscar razones universales aceptables por todos más allá de la aparente limitación que impone nuestro horizonte de comprensión tan dependiente de nuestro lenguaje, de nuestro contexto. Para hacer frente a esos conflictos, para prevenirlos en la medida de lo posible y para superarlos cuando se produzcan, es preciso prepararnos moral e intelectualmente.
Desde su configuración inicial en las llamadas Constituciones de Anderson de 1723 la Masonería propone una forma de relación y de reflexión colectiva que pretende hacer de la Logia el Centro de la Unión entre personas de diferentes horizontes religiosos, culturales y sociales que pueden, gracias a la metáfora compartida de la construcción, tratarse fraternalmente, conocerse y, a partir de ese conocimiento efectivo y afectivo, llegar a un conocimiento más profundo de su propio ser, liberado de los prejuicios y apriorismos de las convenciones sociales y culturales. Es decir que la Masonería, desde sus orígenes, intuyó que el ser humano puede franquear esas dificultades de entendimiento y alcanzar acuerdos con el simple concurso de la razón y la honesta voluntad de atenerse a ella.
Pero el método masónico no es ingenuo, sabe muy bien que las diferencias que se convocan en la logia son fuente de problemas y por eso pone todo su acento en la construcción de un espacio y unos protocolos que garanticen la posibilidad de un diálogo fructífero: igualdad para asegurar una equidistancia entre los participantes; razón para asegurar la validez de los argumentos; libertad para asegurar la independencia de la opinión de cada uno libre de toda coacción y buenas costumbres que comprometen a todos a un uso respetuoso y ponderado de la palabra.
El propósito de método masónico no se limita a pactar acuerdos sin más; requiere además comprender al otro, comprender su situación y sus razones, de la misma forma que deseamos que los otros nos comprendan, porque no basta con llegar a convenios satisfactorios para cada una de las partes sino que tenemos que involucrarnos en los problemas del otro ya que también son los nuestros.
A partir de esa metodología que definiríamos en términos generales como hermenéutico-dialógica, podemos encontrar una fórmula válida para ver formas de conciliación cultural practicables en aquellos diferentes contextos en que una mediación está indicada.
En un mundo que corre hacia una globalización brutal, donde la multi-culturalidad será probablemente uno de los factores que más transforme el tono de nuestra vida cotidiana, pienso que la capacidad mediadora que subyace en el método masónico cobra una especial vigencia que no podemos permitirnos desdeñar en un escenario tan explosivo como el que estamos viviendo, en el cual, si la masonería pretende mantener su vocación universalista es evidente que tendrá que seguir trabajando en pos de la instauración de valores transculturales que todos los protagonistas puedan aceptar de partida, y esto deberá pasar obligatoriamente por un ejercicio de mediación cultural que lleve implícito la revisión de nuestras creencias más profundas y de nuestros apriorismos más ocultos.
Ascensión Tejerina
No hay comentarios:
Publicar un comentario